En esta ciudad se halla
una compañía de creyentes en el Señor Jesucristo
que no reconocen fronteras denominacionales o
limitaciones sectarias.
Intentan evitar las cuestiones secundarias que causan
división y
polémica.
Rechazan como antibíblico todo nombre denominacional y
sistema de orden
eclesial. Creyendo que la iglesia es un cuerpo, compuesto
de todo
creyente, se niegan a apropiar cualquier nombre que no
sea común a todo
cristiano. Se reúnen con regularidad para estudiar las
Escrituras, para
compartir juntos, para partir el pan recordando a su
Señor, y para orar
(Hechos 2:42).
Buscan reunirse en el nombre del Señor Jesucristo y
mantener el patrón
apostólico y la sencillez que caracterizaba las iglesias
en los días de
los apóstoles (Romanos 12:4-8). Por la gracia de Dios,
buscan honrar al
Señor Jesús y adorar a Dios "en espíritu y en
verdad" (Juan 4:23, 24).
Se reúnen cada "primer día de la semana" para
"partir el pan" (Hechos
20:7). Desean eliminar rituales y un orden establecido de
culto; sin
embargo, desean ser dirigidos completamente por el
Espíritu Santo en
cuanto al orden de la adoración y del ministerio. No
desean acallar a
ninguno de los hermanos presentes que pueda ser dirigido
por el Espíritu
para orar y ofrecer alabanza, para pedir un himno, para
leer o ministrar
la Palabra, para exhortar o distribuir los símbolos de
la Mesa del
Señor. Ningún hombre preside - sólo el SEÑOR "en
medio" (Mateo 18:20).
Buscan cumplir un orden escritural de reunión,
adoración y disciplina.
Cualquiera que sea un hijo de Dios por medio de la fe en
la obra
propiciatoria de Cristo en la cruz por el pecado,
habiéndolo recibido
como su Salvador personal, tiene derecho de participar en
la mesa del
Señor, con tal de que no esté viviendo en pecado y en
deliberada
desobediencia a la Palabra de Dios (Romanos 15:7; 1
Corintios 5:11; 2
Juan 9-11).
Se adhieren a las Escrituras en "no dar títulos
halagüeños a los
hombres", como "Reverendo" y
"Padre" (Salmo 111:9; Mateo 23:8). No
reconocen la distinción entre "clero" y
"laico" (Apocalipsis 2:6 y 10).
Pero reconocen que Dios entrega dones a hombres en el
Cuerpo como Él
desea. Su meta es terminar con la costumbre tradicional
del ministerio
de un sólo hombre. Rehusan todo pensamiento de una
remuneración
estipulada por predicar el Evangelio, pero honran su
responsabilidad de
ayudar a aquellos que están en la obra del Señor (3
Juan 7). No recogen
ofrendas en reuniones públicas.
Como la Biblia es un registro de lo que "los santos
hombres de Dios
hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo",
no hay, por
consiguiente, ninguna "interpretación privada"
de la Biblia. Se
preocupan por tener la mente del Espíritu en cuestiones
de
interpretación porque el Espíritu sólo tiene una
interpretación de las
Sagradas Escrituras. Por lo tanto, consideran que los
credos humanos no
son necesarios.
Sin embargo, se atienen a la creencia nada insegura en
las doctrinas tal
como se encuentran en las Escrituras: la caída del
hombre y su
depravación total; su condición culpable, perdida y sin
esperanza; el
extraordinario amor de Dios al proveer un Salvador en la
persona de su
único Hijo; la perfección de Cristo en su naturaleza
divina y humana; la
reconciliación para con Dios a través de la sangre
derramada de Cristo,
únicamente por medio del cual el hombre es redimido, y
no por obras, ni
por cumplimiento de la ley, ni por mejora personal; la
resurrección de
Cristo como prueba de que Dios aceptó su propiciación.
Creen que el cristiano debe tener completa seguridad de
su salvación
eterna, y que esta seguridad no viene por medio de
sentimientos o
experiencias sino por la Palabra de Dios. Ven que siendo
salvo por la
obra de Cristo una vez para siempre, un creyente nunca
puede perderse,
pero está tan a salvo como si ya estuviera en el cielo
(1 Juan 3:2).
Ven, sin embargo, que las Escrituras nos protegen de
abusar esta
enseñanza, porque insiste que las buenas obras son el
fruto de ser
salvos; enseñan al creyente a considerarse muerto al
pecado y vivo para
Dios; muestran claramente que la vida cristiana debe ser
una de entrega
a Cristo y de separación de caminos mundanos.
Ven que la esperanza de los cristianos no es la mejora de
este sistema
mundial, sino la venida de Cristo por los suyos. Él
resucitará a los
muertos y transformará a los que viven todavía, que
entonces serán
recogidos para encontrarse con Él en el aire. Será
entonces cuando Dios
purificará el mundo por medio del juicio preparatorio
antes del reino
milenial de Cristo en la tierra, cuando "guiará a
las naciones con cetro
de hierro". Pero su iglesia siempre estará con Él
(1 Tesalonicenses
4:17).
Estos cristianos creen, conforme a las Escrituras, que
los que no
obedecen el Evangelio tendrán su parte "en el lago
de fuego", que es la
"segunda muerte", o castigo eterno, lo cual no
es ni aniquilación ni
restauración. Por lo cual, creen en la sincera y amorosa
extensión del
Evangelio de la gracia de Dios.
(traducido por E.W.)
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