Después de todo lo que se haya dicho y
hecho, el hombre todavía quedará como un ser incurablemente religioso, dueño de un
sentido innato de culto, como un adorador crónico. Abundante es el testimonio en favor de
que arde perennemente en su interior el arrollante deseo de elevar su espíritu hacia un
SER SUPERIOR quien éste sea.
En su milenario divagar por el laberinto religioso que él mismo se ha
labrado, homo sapiens estampa sobre la tierra una bien delineada huella de pagodas,
mezquitas, sinagogas, templos, "iglesias", capillas, ermitas, santuarios,
grutas, y todo otro tipo de edificio o lugar dedicado al culto. Su mano de artista,
motorizada por su fecunda imaginación, crea las pinturas y esculturas más
espectaculares. Su genio se plasma in extenso en expresiones artístico religiosas
múltiples. El golpe estético que refleja en su ánimo el multicolor de sus pinturas o la
precisión de formas de sus estatuas, lo mistifica al extremo de llevarlo a arrodillarse
ante ellas. Lo hace descender hasta el fondo mismo de lo inapropiado al éste rendir
homenaje a sus propias creaciones en vez de a su divino Creador. Su
futilidad religiosa degenera sin remedio en la más degradante idolatría.
¡Infeliz homo sapiens! ¡Cuán poco sabe y cuán poco disfruta
su más alta aspiración: hablar, amar, adorar al Dios que puso en él el hálito de vida!
Religiosidad febril
La religiosidad es una insacudible fiebre humana. Bien lo ha dicho
William Jennings Bryan: "El hombre es un ser religioso; su corazón busca
instintivamente a Dios. Sea que adore sobre los bancos del Río Ganges, que ore con su
rostro al sol, que se arrodille hacia la Meca o que considere el espacio su templo, el
hombre es esencialmente religioso".
Pero las andanadas de adoración que dispara su cañón religioso no
dan siempre en el blanco de lo que supone ser su objetivo: en Dios que habita la
eternidad. La vasta mayoría yerra el blanco de Quien debe ser su ocupación más elevada
y deleitosa. Al errar, el hombre queda sin alternativa excepto la de conformarse con las
sobras de una adoración deformada, pervertida, degradada.
La palabra "latría" significa adoración, culto.
Hablamos de idolatría para significar el culto a los ídolos mudos; mariolatría,
o culto a María; santolatría, o culto a los santos; egolatría, o culto al
yo, o sea, la adoración de uno mismo. A los adoradores de iconos o pinturas religiosas se
les llama iconólatras, y a los que las destruyen, iconoclastas.
Señales confusas
Mientras visitaba nuestro hogar una señora amiga, quedó maravillada
al mostrarle una imagen tallada en madera de olivo que representa a Moisés con la tabla
de la ley en una mano, y un cayado en forma de serpiente en la otra. Esta exquisita obra
de arte me la regaló un amigo en Jerusalén. Para nosotros no es más que un souvenir
de Tierra Santa y el grato recuerdo de un buen amigo. Mi señora y yo no le adjudicamos
valor alguno como objeto de culto. Pero al mirarla, esta dama fue estimulada en su
vorágine religiosa. Evidentemente nuestro Moisés le recordó a San Pedro. Nos preguntó
si en nuestros viajes por Roma habíamos encontrado estatuillas de éste apóstol, pues
ella, según dijo, había escarbado toda Roma buscando una sin encontrarla. Dijo que San
Pedro era el santo patrón de su esposo y que daba "cualquier cosa" por
conseguir una estatuilla de éste.
El pequeño incidente con esta señora demuestra que las estatuas e
imágenes religiosas, tienen como una fuerza electromagnética que desencadena el fervor
religioso innato en el hombre. Con conocimientos de causa Santo Tomás de Aquino, "doctor
angelicus", y encumbrado teólogo de la Iglesia católica, defendía el uso de
las imágenes. Argüía que eran "útiles para la instrucción de las masas que no
sabían leer" y que "los sentimientos piadosos y religiosos se excitaban más
fácilmente por lo que la gente veía que por lo que oía".
Esta teología de la fe "por ver" anda por la vía contraria
a la de la fe, "por el oir, y el oir, por la Palabra de Dios", en que
creía San Pablo (Romanos 10:17). La fe "por ver" es sensual. Se incita, se
alimenta y se sostiene por el sentido de la vista. La fe "por el oir" es
espiritual y se origina, se guía y se mantiene con las verdades de la Biblia.
"Dando culto a las criaturas"
El culto a pinturas o esculturas creadas por la calentura religiosa del
hombre, la adoración de animales, de astros, de ríos, de montañas, de árboles, y de
espíritus, es una práctica profundamente barrenada en la conciencia de la humanidad.
Pero nada resulta más abominable a la vista sacrosanta del Dios de toda la tierra. San
Pablo hace eco de la evaluación intransigente que hace del hombre idólatra Aquél que
habita las alturas. El apóstol verbaliza magistralmente la furia del cielo con estas
candentes palabras:"No tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le
glorificaron como a Dios, ni le dieron las gracias, sino que se envanecieron en sus
razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron
necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre
corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los
entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron
entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando
y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los
siglos" (Epístola a los Romanos 1:20-25).
Teniendo como púlpito el inmortal Areópago y encendido de la más
fuerte convicción, San Pablo reprendió duramente la idolatría de los atenienses. Ante
una buena representación de sus líderes religiosos y de filósofos epicúreos y estoicos
San Pablo arengó: "No debemos pensar que la Deidad sea semejante a oro, o plata,
o piedra, escultura de arte y de imaginación de hombres" (Los Hechos 17:29).
Por buena razón los salones de culto evangélicos quedan totalmente
desprovistos de imágenes y símbolos religiosos y los creyentes evangélicos se abstienen
escrupulosamente de usarlos en sus hogares. Por su parte, fiel a su tradición, el
catolicismo escucha las voces de sus concilios e incorpora en sus prácticas las
decisiones de éstos.
El Concilio de Trento establece: "Las imágenes de Cristo y de la
virgen madre de Dios y de los otros santos, deben tenerse y retenerse, especialmente en
las iglesias, y dárseles el debido honor y veneración".
No hagáis como las naciones de la tierra
En el libro LA FUENTE, bien escrito y ampliamente documentado, James
Michel detalla profusamente el culto pagano e idolátrico en que se involucraban los
cananitas. Éste incluía la adoración a Moloc ante quien quemaban niños ritualmente. El
libro bíblico de Levítico 18:21 y 20:5 arenga a los Israelitas a no
"contaminarse" y "prostituirse" con este culto diabólico cuyo centro
era el valle de los hijos de Hinom o Tofét, muy cerca de Jerusalén. En las Sagradas
Escrituras se siente el vaho mal oliente del desdén y disgusto del Dios vivo y verdadero
contra los "que hacían pasar sus hijos por fuego" (2 Reyes 16:3; 21:6;
23:10). Dios, hastiado de estas groseras formas de idolatría, llegó al punto de
aborrecer la raza cananita. Pero que no se presuma por un solo momento que aquello que
algunos consideran "más refinada" devoción a los santos, vírgenes y
reliquias, sea menos aborrecible a Su sacrosanta sensibilidad. El Señor vela Su gloria
con celo santo y expresa con vigor Su sagrada indisposición a compartirla.
"No te harás imagen"
A fin de prevenir a Israel sobre las prácticas nefandas de las
naciones que lo rodeaban, Dios, de manera cortante, legisló mediante el Decálogo: "No
tendrás dioses ajenos delante de mí" (Éxodo 20:3). Su segundo mandamiento no
fue menos incisivo: "No te harás imagen, ni ninguna semejanza de lo que esté
arriba en el cielo, ni abajo en la tierra, ni en las aguas debajo de la tierra. No te
inclinarás a ellas, ni las honrarás, porque yo soy JEHOVÁ tu Dios fuerte, celoso" (Éxodo
20:4-5). Estos primeros dos mandamientos de la Ley de Dios fraguan la más inequívoca
prohibición que pudiera formularse. Proscriben la creación, tenencia y adoración de
imágenes. Curiosamente, en la versión de los diez mandamientos que la iglesia
católicorromana propone a sus adherentes, se omite totalmente el segundo mandamiento.
Para acomodar numéricamente el decálogo mucho que retiene, ésta divide el décimo
mandamiento en dos.
Parecería inverosímil que habiendo los que detestan la adoración de
un totem indígena, de la diosa Astarté o de Baal, que no se inclinarían ante una
estatua de Buda Gautama o ante la foto de Narayana, el Brahma "nacido del loto",
o ante la efigie del Gurú Dev, no tuvieran miramientos para inclinarse, santiguarse,
reverenciar y adorar símbolos religiosos como son los "Santos Ángeles", la
"Santa Cruz", la "Santa Virgen" o "San Pedro". La adoración
de imágenes pintadas o de estatuas es una práctica tristemente histórica y
definitivamente innegable en el catolicismo romano. Los pintores, escultores, curas y
monjes cincelaron indeleblemente estas falsedades sobre la conciencia virgen de las
gentes. Con ello deformaron, arruinaron, afearon, prostituyeron, y le robaron el éxtasis
y la sublimación que su capacidad de adorar hubiese logrado de habérsele dado
oportunidad a la Biblia primero. Esta marca desgraciada quedaría por siempre estampada en
la arcilla fresca de sus conciencias y se constituiría en su azarosa compañera de por
vida.
¿Los protestantes también?
La situación generada por la introducción de imágenes religiosas al
culto romanista es desafortunada por más de una razón. Sus efectos saben trascender las
filas de éste y en mayor o menor grado afectan a otros segmentos sociales. Piénsese en
los "conversos" del catolicismo por ejemplo. Tanto en Hispanoamérica como en la
católica España, millones de cristianos protestantes estarían por siempre destinados a
resentir y deplorar el monstruo del magullón estético, la trabazón psicológica y la
violación de su más profundo ???? (ethos) que las imágenes religiosas le legaron.
Para añadir insulto al daño, los conversos del catolicismo tampoco
podrían recobrarse del asombro (por no decir disgusto), ni disimular su desmayo, cuando
los propios misioneros protestantes anglosajones vendrían a sus tierras ilustrando sus
presentaciones religiosas con imágenes de fieltrograma, diapositivas proyectables y una
gamma de otros métodos audiovisuales. Ilustrarían además profusamente sus publicaciones
con las mismas falsedades. Tal práctica serviría sólo para confirmar, corroborar, y
barrenar más profundamente en la conciencia de las gentes tan equivocadas concepciones de
la Deidad. Estarían poniendo limón y lejía en la llaga, haciendo más dolorosa la
herida y provocando impensadamente la hostilidad de la ya ofendida conciencia.
Latría, dulía, hiperdulía
Buscando amortiguar la enérgica condenación que hace la Biblia de la
idolatría, los exponentes del catolicismo gustan de hablar de latría, dulía e hiperdulía.
Con esta descarga semántica procuran establecer una diferencia que realmente no existe
entre adoración y veneración. Según va su argumento, "los católicos
adoran solo a Dios y veneran a la virgen, a los santos y a los
ángeles".
Tan grandilocuente cortina de humo ciega seguido los ojos o desmaya la
determinación de los simples. Pero aquellos que tienen habilidad para penetrar más abajo
de la capa de la piel, descubren la falacia en que se basa esta conclusión.
El proceso explicativo de la supuesta diferencia entre adoración y
veneración se desenreda escalafonando gradual y descendentemente el concepto de
culto. El mismo baja de peldaños más o menos así:
(1) latría (adoración) se ofrece a Dios exclusivamente.
(2) dulía (veneración) se le adscribe a los ángeles y
a los santos porque son amigos de Dios y partícipes de su excelencia.
(3) hiperdulía (veneración) se le rinde a la Virgen
María por ser Madre de Dios quien participa de modo especial de la magnificencia de
Dios".
Desafortunadamente, del dicho al hecho siempre hay un amplio trecho y
la práctica tiene maneras sutiles, a veces groseras, de distanciarse de la teoría. Las
masas, por lo general, no están en condiciones de hacer la propuesta diferenciación
semántica ya que por lo general carecen de los elementos de juicio y del aparato de
discernimiento necesarios para separar elementos y aplicar con propiedad la supuesta
diferencia. La prueba ácida del efecto real de éste enredo sobre las masas, la da la
manera como adora día a día el católico promedio. Éste, en la mayoría de los casos,
no habiendo oído siquiera el trilogio a que nos hemos referido o no entendiéndolo en
caso de haberlo oído, queda como un barco a la deriva improvisando sus ejercicios
religiosos. El producto final y acabado es lo que vemos: un comunicante que hace
genuflexión ante las imágenes, que se persigna (santigua) ante ellas, les hace
reverencia, se encorva, actualmente se arrodilla, respeta, besa, abraza, les suplica con
gran vehemencia, les reza con intensa emoción, les prende velas, les quema incienso, les
ofrece flores, misas, velaciones, penitencias, promesas, les acuerda días "fiesta de
guardar" en su calendario, se las cuelga sobre el pecho, y las saca al hombro en
procesiones públicas por las calles.
Esto, amigo nuestro, es lo que en efecto practica el comunicante
católico muy a pesar de lo que puedan teorizar sus "teólogos" o argumentar sus
"divinos" del "magisterium" (Magisterio de la Iglesia). Quien
esto escribe habla como uno que fue parte de esa decepción por muchos años antes de que
la luz de la Palabra de Dios pusiera en perspectiva para él este asunto trascendental.
Obispos, vírgenes, y milagros
Más grave todavía, el adorante católicorromano le atribuye poderes
milagrosos y características divinas a las pinturas o esculturas ante las que se
encorva.
Las citas que transcribiremos a continuación prueban hasta la saciedad
lo que venimos diciendo. En su libro DONDE FLORECIÓ EL NARANJO, Monseñor Juan F. Pepén,
obispo católico dominicano y altagraciano por antonomasia, en la procura de historificar
lo que él mismo contradictoriamente ya ha llamado "la leyenda" y
"la tradición" de la aparición de la virgen de la Altagracia en
Higüey, cita a un cronista "remoto" el canónigo Luis Gerónimo de Alcocer:
"La Imagen miraculosa de Nuestra Señora de la Altagracia está en la villa de
Higüey, como treinta leguas desta ciudad de Santo Domingo; son innumerables las
misericordias que Dios Nro. Sr. a obrado y cada día obra con los que encomiendan a esta
Santa Imagen; consta que la trayeron a esta Ysla dos hidalgos naturales de Placencia en
Extremadura, nombrados Alonso y Antonio de Trexo que fueron de los primeros pobladores
desta Ysla,...y aviendo experimentado algunos milagros que avía hecho con ellos la
pusieron para mayor veneración en la Yglesia parroquial de Higüey..."1.
Luis Gerónimo de Alcocer escribió en el año 1650 y su documento se archiva en la
Biblioteca Nacional de Madrid.
El prelado católico higüeyano cita además las instancias de Don
Simón de Bolívar en los días 23 23 al 26 de Agosto de 1569: "...es casa de mucha
devoción en esta ysla y muy frequenada de rromerías para el lugar donde está y dizen
milagros que a fecho y con la devoción desta casa se ha poblado allí un pueblo y se
sustenta con la devoción desta ymagen que sola es la que en esta ysla le tiene que a
fecho milagros..."2
Sancionada (supuestamente) la habilidad milagrosa de la Altagracia por
las arcaicas citas de Alcocer y de Bolívar, el caballo no puede sin seguir desbocado pues
ahora no hay quien lo frene. La caja de pandora se ha abierto y ¿quién le pone la tapa?
Con descomunal desacierto teológico Monseñor Pepén afirma en la página 43 de DONDE
FLORECIÓ EL NARANJO: "Todo devoto amante de la Virgen, lo es por haber reconocido
antes su condición de Madre de Dios, Madre de los hombres, y corredentora del
género humano". Esta triple afirmación sobre la virgen, simplemente, no puede
substanciarse a la luz de la Biblia. Tampoco resiste la prueba ácida del Libro de Dios su
creencia de que María es constituida "Medianera Universal y Abogada de
todos los hombres".3
Estos dos últimos oficios son adscritos por el Nuevo Testamento a
Jesucristo mismo y sólo a Él (1 Timoteo 2:5; 1 Juan 2:1).
Dominicana: ¿nacionalidad o religión?
Una vez empezada la carrera, hay que seguir galopando. En un típico
reflejo de como reacciona la conciencia religiosa energizada por la santolatría,
Monseñor Juan F. Pepén llega al colmo de los excesos y a la cúspide de la intolerancia
al procurar negarle a los no católicos dominicanos la ciudadanía con que la Providencia
misma los ha sellado. El Monseñor se estira más todavía y pone en duda la habilidad
misma de la República Dominicana para mantenerse soberana. Estas son sus palabras:
"Mientras el pueblo dominicano conserve su fe católica será siervo y vasallo
de la Virgen. Y mientras lo sea, continuará siendo dominicano. Si por un imposible el
pueblo dominicano dejara de amar a la Virgen de Altagracia, dejaría, estamos seguros, de
ser independiente y soberano. La devoción a la Virgen de Altagracia es nuestra mayor
garantía de supervivencia como nación. Así lo ha demostrado la historia. La Virgen nos
ha salvado y continuará haciéndolo por los siglos de los siglos".4
Sin espacio ni deseos de comentar esta especie, ni para cuestionar
analíticamente cuál es la historia que hace tales "demostraciones", los
evangélicos dominicanos, a una, deploran tan desequilibradas conclusiones. Las mismas
insultan la vocación patriótica del dominicano no mariano y, en nuestra estimación,
afrentan la dignidad de nuestro glorioso país. Saludable fuera que el autor de este
desatino conociera la gracia de retractarse. ¡Que llegue pronto ese día!
Los evangélicos rechazarían además con toda energía y, creemos, con
buen fundamento escrituario, otras afirmaciones obviamente nacidas de la pasión, del
fanatismo y de la ceguera iconólatra, tal y como aquello de: "devoto de María y
cristiano son términos equivalentes" y eso de que "no se puede ser cristiano
sin ser verdadero devoto de María".5 El análisis más superficial de las
Sagradas Escrituras se encargaría de probar, inequívocamente, que lo opuesto es la
verdad.
El papa también
Pero no sólo los monseñores creen y promueven la fe milagrera de las
imágenes de vírgenes y santos tanto en la Dominicana como en otras latitudes, nada menos
que el papa Juan Pablo II mismo habla constantemente de tales portentos. Sus visitas
personales a los santuarios y grutas de las distintas "advocaciones" de María y
de los santos (donde reventemente se arrodilla y ora) dan pauta y oficialmente endosan la
idolatría que rinden en ellos incontables peregrinos. Sancionan además el comercio
millonario que estas romerías generan. El prestigioso diario Chicago Tribune cita
al "Sumo Pontífice" de los católicos al éste referirse a "los
milagros" de la virgen mexicana de Guadalupe. En ocasión de celebrarse el 450
aniversario de la supuesta aparición de esta virgen morena, el papa comentó: "el
santuario de Guadalupe será un centro donde la luz del evangelio de Cristo alumbrará al
mundo a través de la imagen milagrosa de su madre".
Baste, para una prueba, los arriba mencionados botones.
El reformador hizo lo recto
Los iconoclastas a que hicimos referencia al principio pueden haber
inspirado sus drásticas acciones en un incidente registrado en el libro bíblico de 2
Reyes 18:1-7. El reformista rey Ezequías: "hizo lo recto ante los ojos de
Jehová... quebró las imágenes , y cortó los símbolos de Asera, e hizo pedazos la
serpiente de bronce que había hecho Moisés, porque hasta entonces le quemaban incienso
los hijos de Israel; y la llamó Nehustán. En Jehová Dios de Israel puso su
esperanza".
Recuerde el lector que esta serpiente de metal se había hecho por
instrucciones expresas de Jehová mismo. Había servido el salutífero propósito de
salvar la vida a millares de Israelitas que perecían envenenados por las mordeduras de
serpientes en el desierto (Números 21:4-9). Pero cuando el metálico reptil llegó a ser
objeto de culto, el piadoso rey Ezequías no tuvo más nada que ver con él y ordenó su
destrucción. Quizás la imitación de este ejemplo pruebe ser el beneficio más grande de
esta hora, el acontecimiento religioso de más relieve de este milenio. Tal vez un cambio
de dirección en el culto que rinden las masas incendiaría el avivamiento espiritual que
envíe la adoración que consumen los ídolos e imágenes en dirección de Quien debe ser
su legítimo blanco: Dios mismo.
Testimonio de los léxicos
El diccionario de la Biblia del Editorial Herder, Barcelona (1964),
lista la palabra 'adoración' aunque, curiosamente, no la define. A todas luces esto es
irregular en un diccionario que se autodenomina "bíblico". La palabra
'adoración' es una palabra definitivamente bíblica y, por tanto, merece un
tratamiento más equitativo. El citado diccionario goza de un generoso nihil obstat
(aprobación) proveniente de más de un par de reconocidos jerarcas, autoridades y
eruditos católicos.
En lugar de definir la palabra 'adoración', el diccionario Herder hace
una llamada para que el lector busque la palabra 'culto'. Cuando el lector busca la
palabra 'culto', encuentra un pesadísimo discurrir en torno al uso de este concepto en
ambos Testamentos de la Biblia y un complicado comentario que presume explicar las
palabras hebreas y griegas que lo definen. A continuación, este artículo de diccionario
dice en términos precisos: "El fundamento del culto legítimo es el monoteísmo y,
sobre todo, la relación entre Israel y Yahvéh, establecida por la alianza. El objeto
único de este culto es Yahvéh mismo, que no puede ser representado por imágenes.
Justamente está prohibida toda otra representación así de hombres como de animales
(Éxodo 20:4-6, 34:17, compara Génesis 35:1-4). Es, por consiguiente, un culto sin
imágenes".
En este punto el artículo del diccionario tiene una llamada al lector
para que busque el aparte listado más adelante como 'imágenes' (prohibición de). En el
aparte 'imágenes', el diccionario Herder corrobora ampliamente la abominación que Dios
siente por las representaciones de la Deidad. Comienza de esta manera: "En el
auténtico culto de Yahvéh estaban severísimamente prohibidas las imágenes sagradas,
aun las que representaban a Yahvéh mismo (Éxodo 34:17, rechaza las imágenes fundidas;
Éxodo 20:23, los ídolos de plata y de oro; Deuteronomio 5:8, las imágenes de todo lo
que está arriba en el cielo o abajo en la tierra o en el agua debajo de la tierra y que
pudiese provocar los celos de Yahvéh; Levítico 26,1: las imágenes ante las cuales uno
se postra en tierra). En todas estas citas (excepto Éxodo 34,17 que tiene alcance más
general) se habla de [otros dioses]"
De veras asombran tan certeras exposiciones provenientes de una fuente
autorizada tan importante, siendo que las prácticas de aquellos a quienes suponen
orientar, las contradicen abiertamente.
El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española del Editorial
Espasa-Calpe, no establece diferencia alguna entre adorar y venerar.
El Pequeño Diccionario Larousse Ilustrado lista la dulía como sinónimo de
adoración y define la hiperdulía como un "culto" que se tributa a la
virgen. Culto, por definición del Gran Diccionario Enciclopédico Ilustrado del Reader's
Digest, es "homenaje de amor, respeto y sumisión que el hombre tributa a
Dios", (no a la virgen). "Venerar", según el Diccionario
Enciclopédico del Reader's Digest, es respetar en sumo grado, dar culto a Dios, a
los santos o a las cosas sagradas". En consecuencia, adorar, venerar, y dar
culto, tienen uno y un mismo significado.
Quede demostrado, pues, que al manejar los conceptos de adorar y
venerar no estamos frente a un simple problema de semántica nada más, sino más
bien ante el caso patológico de un tumor con más pus de lo que se le quiere reconocer.
Siendo que el cosmético semántico no le llega ni a la superficie, el caso requiere una
cirugía radical que lo estirpe de raíz.
Entiéndase además, que la palabra dulía viene del griego douleia (
) y significa darse a uno mismo como esclavo. Un doulos ( ) era un esclavo
servil. Por derivación, rendir dulía a santos y ángeles o hiperdulía a la virgen,
significa encadenarnos a ellos como esclavos serviles. Esto, a todas luces, es una
obligación que el hombre supone contraer con Dios solamente.
En esta venia, la traducción que hace la Biblia Católica de
Nácar-Colunga del pasaje de la tentación de Cristo, es de gran peso corroborativo: "Al
Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás culto" (Mateo 4:10).
Qui aures audiendi, audiat...(quien tenga oídos para oir,
oiga).
Testimonio de las Escrituras
No hay precedentes en el Nuevo Testamento de que los cristianos
originales se adorasen unos a otros. Si los cristianos de ahora adorásemos a la Virgen o
a San Pedro, estaríamos nadando contra esa corriente. Antes por el contrario, como
veremos más adelante, los santos del Nuevo Testamento repelieron enérgicamente todo
intento de ser adorados. Lo mismo hicieron los ángeles. En cuanto a la virgen María, es
altamente significativo que el Nuevo Testamento la presenta magnificando devota y
directamente a Dios a quien llama "mi Salvador" (Lucas 1:46-55). En los
evangelios la oímos mandar a los comensales de la boda de Caná a hacer "todo lo
que Él (Cristo) os dijere" (Juan 2:5).
¿Enseña algo de valor este acto de devoción de la santa madre?
Testimonio de la historia
La historia de la iglesia se encarga de confirmar el hecho de que el
uso de iconos y esculturas en el culto no era artículo de fe ni objeto de veneración en
los siglos que siguieron inmediatamente a la iglesia apostólica. La veneración de
imágenes y reliquias era totalmente desconocida en la iglesia primitiva y en la
siguiente. Hubieron de transcurrir varios siglos para que la jerarquía autorizara su
veneración. Si el cristianismo prescindió de iconos y esculturas por tantos siglos,
demostrando en ese período temprano de su historia ser dueño de un exuberante poder de
expansión que perdió después, ¿no le valdría la pena tirarlos por la borda ahora en
aras de rebautizarse del poder que se le ha esfumado?
Cristología de la Biblia
El culto en el Nuevo Testamento no ofrece la más remota sugerencia de
que los cristianos primitivos "veneraran" imágenes. Paradójicamente, las
imágenes que se veneran hoy suponen ser la de estos cristianos originales como ya hemos
mencionado. Lo que sí hace incuestionablemente el Nuevo Testamento es pronunciarse contra
la idolatría (1 Corintios 5:9-10; 10:7; Efesios 5:5; 1Tesalonicenses 1:9-10; 1 Juan
5:21).
Es por demás significativo que siendo la Biblia un libro eminentemente
cristológico, no presente por ninguna parte una descripción del aspecto físico de
Jesús. Esta inclusión hubiera dado una base sólida a las artes pictóricas y
escultóricas para expresarlo. Nos parece que este argumento por silencio del Libro de
Dios, resulta sumamente elocuente. Representa una póliza de seguro más contra la
idolatría.
La Biblia, sin embargo, no economiza palabras para describir la figura
moral de Jesús el Cristo. Su humildad, mansedumbre, moderación, gracia, inteligencia,
elocuencia, amor, compasión, misericordia, sensibilidad ante el sufrimiento y la
injusticia, etc. se echan de ver a cada paso. Jesús en la Biblia es la promesa del
pasado, la realidad del presente y la gloria del porvenir. Es Mesías en el Antiguo
Testamento, Salvador del Nuevo y Señor de todo El Libro.
¿A quién se parece Jesús?
¡Quién sabe!
¿De dónde salió tan falsa imagen de Jesús el Nazareno con que por
siempre nos han magullado?
¿Basados en qué se permiten concebir un rostro de Jesús refino, de
melena rubia, de ojos azules (o verdes)? ¿No son estas características nórdico-sajonas?
¿Acaso no era Jesús semita?
¿Por qué insistir en una expresión tan feminoide del machazo que
agarró un látigo y a puros fuetazos sacó del templo a un grupo de mercaderes?
¿Quién le dio luz verde a quién para que se deslizara tan lejos
pintando o esculpiendo tan atractivas facciones? ¿No vislumbraron los videntes-profetas
que vivieron antes que los artistas italianos a un Mesías actualmente repulsivo? ¿No los
hizo esto expresar: "no hay parecer en él, ni hermosura, verlo hemos más sin
atractivo para que lo deseemos"? (Isaías 53:2)
¡Fantástico De Vinci!
Tome usted el cuadro de "La Última Cena" por ejemplo.
Póngalo bajo el microscopio por unos momentos. Sin disputar su genialidad como arte ni su
popularidad como pintura...¿se conforma éste a la realidad bíblica, étnica, social,
religiosa, histórica?
¡Lejos sea!
La figura de Jesús en "La Última Cena" congrue más con un
Adonis de gran belleza que con el viril Galileo que proyecta el Nuevo Testamento. (Adonis
es el dios mitológico a quien Afrodita metamorfoseó en flor de anémona cuando murió
atacado por un jabalí). ¿Evoca este cuadro la imagen de un tosco rabí judío o más
bien la de un suavecito dios griego que flota en las nubes que entornan al Monte Olimpo?
Ni hablar de otras fallas de que adolece esta pintura. Por ejemplo, el
cordero asado era la comida ritual de la Pascua que Jesús y sus discípulos suponían
celebrar y no el pez que aparece en ella. Y...el pan de esta pintura... ¿es leudado o sin
leudar? ¡Apuesto a que es leudado!
¿Qué de los acompañantes de Jesús? ¿Eran por fin escandinavos,
italianos o judíos? ¡Vamos, hombre!
¿Por que se sientan a la mesa al estilo europeo en vez
de reclinarse sobre almohadones al estilo mesoriental? ¿No resulta muy alta
la mesa de este cuadro? ¡Las mesas orientales suponen no pasar de medio metro de alto!
Y...¿Por qué se sientan todos en un solo lado de esta mesa? ¿Es que
estaban tomando pose para un fotógrafo o porque reservaban el otro lado intacto para
otros comensales que no llegaban todavía?
¿Cómo es posible que tantos, por tanto tiempo, en tantos lugares, en
tantas maneras, engulleran tantas incongruencias? Si así de erróneas son las creaciones
pinceladas o esculpidas por la imaginación artística, ¿cuánto más lo son aquellas
proyecciones que las mismas taladran en el cerebro de los adoradores?
¡Pura ficción! ¡Loba fantasía! ¿Verdad?
Si para adorar se parte de tan quimérica ilusión, ¿no es obvio que
tal adoración va rumbo al naufragio?
¡Por Engracia y Antoñita! ¡No nos hagan soñar despiertos! ¡Dénnos
realidades!
Y María...¿Cómo era?
¡Quién sabe! excepto aquellos que la vieron. Pero ninguno de sus
contemporáneos describió su aspecto físico para nosotros. Curioso, ¿verdad? ¿Acaso
denota este silencio una sospecha providencial con que estaban iluminados o sólo refleja
su angustiado presentimiento de lo que la posteridad haría de la madre de Jesús? ¡Una
diosa!
¿Cuál es la lógica detrás de tan diversas, multifacéticas y
multicolores "advocaciones" con que se la presenta? ¿Quién regula esta
diversidad? ¿Quién pone retenes a quien decida crear a su propia imagen y semejanza
10,000 vírgenes más, y con ellas 10,000 otras devociones?
Adoración del hombre por el hombre
La adoración a María y a los santos es antropomorfa, es decir, del
hombre hacia el hombre. Es adoración horizontal. La adoración que proyecta la Biblia es
vertical, del hombre hacia Dios.
El libro bíblico de Los Hechos de los Apóstoles narra un triste
incidente ocurrido en Listra. Los habitantes de esa ciudad pagana quisieron rendir
adoración a los apóstoles Pablo y Bernabé. El torbellino religioso que remolinaba en
los corazones de los habitantes de Listra quedó incendiado al presenciar el milagro de
curación de un cojo de nacimiento. En seguida identificaron a Bernabé con Júpiter y a
Pablo con Mercurio. Júpiter era el padre de los dioses romanos cuya contraparte griega
era Zeus. Mercurio era un dios latino al cual los griegos llamaban Hermes. El pasaje de
Los Hechos hace claro que Bernabé y Pablo detestaron, y enérgicamente rechazaron el
culto que estos paganos intentaban darles. Dramáticamente los santos apóstoles hicieron
tiras y flecos sus vestuarios, a la par que vociferaban enérgicamente a la enardecida
multitud: "Varones, ¿por qué hacéis esto? Nosotros somos hombres semejantes a
vosotros" (Hechos 14:8-18).
Acto seguido, hablaron a la muchedumbre del Dios que hizo los cielos y
la tierra, esperanzados de que estos paganos se arrepintieran de sus prácticas
idolátricas.
El libro de Los Hechos narra además cómo San Pedro tuvo ocasión de
levantar de sus rodillas a Cornelio un capitán de la compañía "La Italiana"
que se inclinó para adorarle. "Levántate", le dijo, "yo mismo
también soy hombre" (Los Hechos 10:25-26). Enseguida Pedro entró a la casa del
oficial romano y predicó el evangelio a los congregados. Los que oyeron el discurso del
Apóstol optaron por creer en Jesucristo y como resultado fueron bautizados inmediatamente
en el Espíritu Santo como testimonio de la salvación recibida.
Uno pensaría que esos incidentes protagonizados por Bernabé, Pablo y
Pedro darían al traste, de un vez por todas, con el culto a los seres humanos estén
éstos vivos o muertos. Pero hasta el día de hoy la rancia y torcida latría del
hombre hacia el hombre se practica como en antaño. Hoy por hoy se endiosan también las
estrellas del cine o de la farándula, las estrellas del deporte, los líderes políticos,
las "autoridades" religiosas, así como otros mortales.
Adoración de los ángeles
Pero hay los que adoran ángeles también. En el catolicismo
ciertamente se vale rendirles dulía. La Biblia exhorta: "Nadie os prive de
vuestro premio, afectando humildad y culto a los ángeles, entremetiéndose en lo que no
ha visto, vanamente hinchado por su propia mente carnal" (Colosenses 2:18). La
Biblia dice además que los ángeles no son más que "espíritus
administradores" o servidores de aquellos que serán herederos de la
salvación. Es absurdo inclinarse ante un sirviente.
El apóstol Juan, visionario del Apocalipsis, impactado por la
magnificente visión del cielo, quiso postrarse a adorar a los pies del ángel que le
mostraba la Jerusalén de arriba (la ciudad celestial). Más de pronto que de carreras el
ángel le advirtió: "¡Mira! No lo hagas, porque yo soy consiervo tuyo. ¡Adora
a Dios!" (Apocalipsis 22:8-9).
Los ángeles dieron efectivo ejemplo acerca de a quién debemos adorar.
"Gloria a Dios en las alturas" (Lucas 2:14) coriferaron con efusión al
asistir al Santo Nacimiento. Más tarde millares más de ellos adorarían al Cristo
glorificado, ascendido, y entornado a la diestra de la majestad en las alturas. Su loa se
registra en el libro de Apocalipsis 5:11-12: "Y miré, y oí la voz de muchos
ángeles alrededor del trono, y de los seres vivientes y de los ancianos. y el número era
millones de millones, que decían a gran voz: El Cordero que fue inmolado es digno de
tomar el poder, las riquezas, la sabiduría, la fortaleza, la honra, la gloria y la
alabanza".
Es digno de notar el hecho de que Dios no dijera jamás a ninguno de
los ángeles, por alto o dignificado que fuera: "Mi Hijo eres Tú, siéntate a Mi
diestra hasta que ponga a tus enemigos por estrado de Tus pies" (Hebreos 1:5,
13-14). Pero sin reservas Dios dijo esto de su bien amado Hijo. Sólo Jesús fue hallado
digno de ocupar el trono de honor a la derecha del Padre y de ser llamado: "Dios
sobre todas las cosas, bendito por los siglos" (Romanos 9:5). El texto de la
Escritura afirma que ante Cristo Jesús final y universalmente: "se doblará toda
rodilla y toda lengua confesará que Él es Señor para la gloria de Dios Padre"(Filipenses
2:9-11). Es prudente, pues, y ventajoso para el pecador inclinarse urgente y
voluntariamente ante el Rey Jesús ahora, en esta vida, y evitar así que lo fuercen a
ello en la otra.
Adoración de espíritus
Hay también los que adoran a los espíritus de los muertos.
Millones practican el animismo o culto a los espíritus de familiares que han partido.
Están intrincados en la maraña más envilecedora del misticismo oriental.
Otros expresan su culto a espíritus inmundos o ángeles caídos
mediante el espiritismo vulgar o el refinado. Millones adoran a los demonios mediante la
santería afrocubana, el vudú afrohaitiano, la macumba y el candomblé afrobrasileño, y
mediante otras formas varias del espiritualismo. Incontables hogares colocan vasos de agua
con aceite ante los ídolos muchos e en honor a los espíritus de los muertos. Flotan en
ellos crucecitas hechas de astillas con corchos en sus extremos. Visualizo mentalmente una
enorme cantidad de esos hogares en penumbra donde la mecha de algodón mojada de alcohol
arde sobre tales crucetas. Su parpadeo claroscuro añade grima a estas habitaciones
dedicadas a los pobladores del bajo mundo. Vislumbro además la flor blanca que boya en el
agua de otros vasos que coronan millares de esos "altares" domésticos. ¡Tan
generalizado que es este culto! Pero que no haya equívocos en este punto. El culto a los
espíritus, según Dios, es una "abominación" intolerable (Deuteronomio
18:9-12).
Adoración de satanás
Todavía peor, hay los que llegan al atrevido extremo de adorar a satanás
mismo. Satanás, nos dice la Biblia, es "homicida desde el principio, mentiroso y
padre de la mentira"(Juan 8:44). Él es "el príncipe de los
demonios" (Lucas 11:15), "príncipe de este mundo" (Juan 12:31;
16:11) y el "príncipe de la potestad del aire" (Efesios 2:2). A pesar de
su carácter maléfico e indeseable, existen salones de culto donde sin inhibiciones se
invoca a éste enemigo mayor de las almas. Incluso en los cementerios hay quienes se
congregan de noche para adorar al diablo. En tan macabro lugar rinden culto al "ángel
del abismo" cuyo nombre es Abadón y en griego, Apolión o destructor
(Apocalipsis 9:11). Al diablo sacrifican gallos, cabras, ovejas y otros animales. Se beben
la sangre caliente de éstos o se la rocían ritualmente sobre sí. A menudo el
embruteciente rock and roll les sirve de aliado popularizando el satanismo entre la
juventud. Usando una técnica especial de grabación, esta música de bárbaros transfiere
al cerebro joven mensajes subliminales destinados a distorsionar y subvertir toda traza de
moral en la nueva generación.
El uso de cocaína, mariguana y otras maldiciones similares, fertilizan
también esta modalidad religiosa. Pero el antidios que los errados invocan está
destinado a las prisiones eternas del infierno. Satanás será despachado final y
eternamente al "lago de fuego y azufre" (Apocalipsis 20:10). Idéntica
suerte correrán todos y cada uno de sus adoradores.
Adoración de mamón
Hay otras formas diversas de idolatría, más sutiles quizás, hacia
las que el hombre suele volcarse también. Por ejemplo, hay los que se inclinan ante el dios
del dinero (Mamón). Sin miramientos doblan las rodillas ante el "Poderoso
caballero, don Dinero". La obsesión suprema de algunos es aquella de ganar plata de
cualquier manera, a cualquier costo, y a esa actividad dedican lo mejor de su talento y le
entregan sin tregua lo más precioso de su tiempo. En el proceso, consciente o
inconscientemente, desarrollan una avaricia patológica que los carcome hasta los huesos.
La Biblia dice a estos que "la avaricia es idolatría" (Colosenses 3:5) y
que es "imposible servir a Dios y a las riquezas" (Mateo 6:24).
Ídolos que también se adoran
Otros se arrodillan ante el esclavizante dios del sexo. No lo
pueden sacudir de sus mentes ni de la fibra misma de sus pasiones. Ante este dios queman
el incienso de sus cautivos pensamientos y ofrecen la flor de sus más recónditos
afectos. La perversa filosofía que los energiza les insinúa que, para ser macho de
verdad, para demostrar la hombría, es menester acostarse con una mujer diferente todas
las noches. Los así embrutecidos se acuestan hasta con el primer palo de escoba que se
presente. Su conducta envilecida no está por encima de la de los seres inferiores en la
escala zoológica. En realidad, el verdadero macho, es auténtico hombre, es aquél que se
acuesta con una sola y la misma mujer toda su vida. No es, pues, accidente que las
Sagradas Escrituras conecten a menudo la idolatría con la inmoralidad sexual.
Otros veneran al dios de la "falsamente llamada
ciencia". Se vuelven ratones de bibliotecas apurando la copa del saber. Gastan su
existencia en los laboratorios haciendo comprobaciones y experimentos con tenacidad tal,
que en el proceso asfixian tontamente su capacidad para adorar al Supremo Creador.
Hay también los que idolatran a sus padres, o a sus hijos, o a
su cónyuge, o a su profesión, o a su deporte favorito. A unos y a otros la Biblia
amonesta: "Huid de la idolatría" (1 Corintios 10:14). Dios, nos dice la
Escritura, es un Dios "celoso" de su gloria. No accede a compartir con
dioses imaginarios, ídolos, iconos o santos, ni con ángeles o espíritus, ni con
hombres, ni con nada, el más mínimo ápice del culto al cual ÉL sólo es acreedor. La
Biblia dice:"Yo Jehová; este es mi nombre; y a otro no daré mi gloria, ni mi
alabanza a esculturas" (Isaías 42:8). "Porque Jehová tu Dios es fuego
consumidor, Dios celoso" (Deuteronomio 4:24).
Por otro lado, hay los que no adoran a Belial (diablo) ni a sus
espíritus caídos, ni a los ángeles, ni a los santos, ni a las vírgenes, ni a los
hombres, ni a nada. No son ateos siquiera. Pero correrán la suerte de los desgraciados.
Estando exentos del pecado de la idolatría, han hecho sin embargo la trágica decisión,
a veces inconsciente, de quedarse al margen de la salvación que Dios les ofrece.
Adoración y la Biblia
La Biblia dice que "Dios es Espíritu; y los que le adoran en
espíritu y en verdad es necesario que adoren" (Juan 4:24). El espíritu no tiene
forma, ni peso, ni color, ni dimensión. Es por tanto intocable e irreprensible.
No obstante, es en el plano del espíritu donde se cementa mejor la
relación del hombre con su Dios. Es el espíritu del hombre que le da acceso a la Deidad.
Son las impresiones que hace el Espíritu de Dios sobre el espíritu del hombre lo que
confieren a éste el conocimiento y el disfrute del Alto y Sublimado, y a la vez le
revelan íntimamente la esencia espiritual de que está compuesta su propia naturaleza
humana. Cuando el hombre equivocada o deliberadamente opta por inclinarse ante otros
hombres, ángeles, espíritus, imágenes pintadas o esculpidas, se degrada a sí mismo y
pierde el rumbo de la verdadera afrenta al Creador. Las representaciones materiales de la
Deidad rebajan la sublimidad de Dios y escupen la dignidad del hombre. Inclinarse en
adoración ante ellas es convertirse en idólatra. Dios abomina la idolatría.
A Dios solo y sólo a Dios adorarás
Al final de los cuarenta días de su tentación Cristo dijo
conclusivamente al diablo: "Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo
servirás" (Mateo 4:10). Estas palabras de Jesús establecen de la manera más
categórica que a solo Dios y a Dios sólo debe rendírsele culto y ofrecérsele servicio.
Esto deja fuera a los iconos, esculturas, espíritus, a los demás hombres, ángeles y a
todo ser o cosa.
Napoleón Bonaparte, mortal que estuvo envuelto en glorias, grandezas,
prestigio y adulación, consciente de que Jesucristo es el Astro de más brillo en la
constelación universal, convencido de que ante Él sólo debemos arrodillarnos, expresó
elocuentemente su convicción con estas palabras: "Si Sócrates entrara en esta
pieza, nos pondríamos de pie en su honor. Pero si Jesucristo entrare nos pondríamos de
rodillas para adorarle".
Nótese que fue nada menos que Jesús quién expresó la necesidad
de adorar a Dios "en espíritu y en verdad". No en espíritu
solamente sin la verdad, como hacían los samaritanos que aunque entusiastas en la
adoración andaban cojeando al seguir sólo el Pentateuco (los 5 libros de Moisés). No en
verdad solamente sin el espíritu, como hacían los judíos que no obstante
poseer una revelación más completa (los 39 libros del Antiguo Testamento) adoraban con
corazones fríos, llenos de legalismos, ritos y formalidad religiosa. La adoración
bíblica es "en espíritu y en verdad". A tales adoradores busca Dios el
Padre. Siendo que el único culto aceptable a Dios es aquél que está basado en la verdad
(Juan 4:24), y la Biblia es verdad (Juan 17:17), la adoración debe seguir al dedillo las
directrices de la Biblia. Apartarse de la Biblia es naufragar. En consecuencia, la
adoración correcta demanda una teología correcta. Una teología errada conduce a una
adoración chueca.
¿Qué es adoración?
William Temple, Arzobispo de Canterbury, la ha explicado certeramente:
"Adorar es despertar la conciencia a la santidad de Dios, alimentar la mente en la
verdad de Dios, purgar la imaginación por la belleza de Dios, abrir el corazón al amor
de Dios, dedicar la voluntad a los propósitos de Dios". Adorar, ha dicho otro, es
"entrar en el estado consciente de apreciación de la excelencia divina". Es
"responder a lo que Dios es". Es darle homenaje, honor, reverencia, respeto,
alabanza y gloria al Dios del cielo. Adorar es dar, no necesariamente recibir.
Siendo que es tan importante que la criatura adore a su Creador y para el Creador recibir
el homenaje de Su criatura, el adorar deja de ser un adorno o aditamento en la vida del
hombre para constituirse en su espina dorsal misma.
Pero es más fácil ilustrar la adoración que definirla. Un contraste
de palabras relacionadas entre sí puede ayudarnos a discernir lo que es adoración. Decir
"Jesús, ¡sálvame!" es orar. Decir "Jesús, ¡gracias por
salvarme!" es ofrecer acción de gracias. Decir: "Jesús, ¡cuán
maravilloso Salvador tú eres!" es alabar. Pero encorvarse en la presencia de
Dios soltando nuestra alma en la inmensidad de Su Ser mientras oramos, damos gracias,
alabamos, contemplamos, homenajeamos al Señor, eso es adorar. La oración, pues,
es "el cristiano ocupado con sus necesidades. La acción de dar gracias
es el cristiano ocupado con sus bendiciones. La adoración es el cristiano
ocupado con su Dios".
Usted y la adoración
Amigo nuestro, comience usted por encorvarse en cuerpo y arrodillarse
en espíritu ante la majestad de Cristo Jesús. Arrepiéntase del horrendo pecado de la
idolatría en cualesquiera sea la forma que usted la haya practicado. Arrepiéntase
también, sinceramente, de los demás pecadazos que usted con tanto éxito ha sabido
esconder de su cónyuge, o de sus padres, o de sus hijos, o de sus amigos, pero que han
permanecido "desnudos y descubiertos ante la vista de Aquél ante quién tenemos
que dar cuenta" (Hebreos 4:13). "No os engañéis" - dice la
Biblia en Gálatas 6:7-8 - "Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre
sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará
corrupción; más el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida
eterna".
Lo que Dios pide de usted
Quebrante su corazón sinceramente ante el Dios que está sublimado en
el cielo. Acepte por fe el sacrificio de Cristo sobre la cruz como su única base de
salvación y como su mejor argumento contra el juicio venidero. Traiga su alma a lavar con
el detergente de la purísima sangre de Jesucristo. En este mismo momento ponga a un lado
este folleto. Arrodíllese ante Dios, su Creador. En Su sacrosanta presencia reconozca su
miseria y pecaminosidad. Sépase inmerecedor del "regalo de Dios que es vida
eterna en Cristo Jesús Señor nuestro" (Romanos 6:23). Reciba con las manos
vacías y el corazón contrito ese regalo, don o dádiva de Dios. Sin argumentos, sin
condiciones, sin excusas, sin tratar de comprar la salvación con buenas obras, de ganarla
con esfuerzos religiosos, o merecerla a base de buena conducta o mediante cualquier otra
fórmula humana, confíe de corazón en la Obra salvadora que Cristo hizo en la cruz a su
favor. La Biblia dice:"Por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de
vosotros, pues es don de Dios. No por obras, para que nadie se gloríe" (Efesios
2:8-9). Todo esfuerzo humano es inútil. No existe moneda de trueque para adquirir la
salvación. Jonás 2:9 dice: "La salvación es de Dios" , y Él no la
vende, ni la trueca, ni la negocia. Solamente la da a los que se humillan ante Él.
Después de quebrantarse ante Cristo Jesús, déle gracias por haberle
salvado y empiece a cultivar su salvación con "temor y temblor". Testifique a
su prójimo de la experiencia que ha tenido. Busque como aguja en un pajar a un grupo de
creyentes que se reúnan bajo la sola autoridad de Jesucristo y conforme al patrón
delineado en el Nuevo Testamento para la iglesia. Estos grupos no son comunes, pero
existen. Únase a este grupo con la intención de bendecir, de ayudar, de contribuir, de
invertir su tiempo, su talento y ¿por qué no? su dinero también. Ya, convertido en hijo
de Dios, suéltese en adoración en Sus santa presencia. ¡Esta debe ser su más alta
ocupación! ¡Su más sublime ejercicio! ¡El más grande de sus privilegios!
Mantenga de por vida una actitud constante de adoración al Dios de los
cielos. Si el pecado se la interrumpe, regrese espiritualmente por confesión a la colina
del Gólgota.
Postrado a los pies del Crucificado (no del crucifijo) reclame como
suya la grandiosa promesa: "La sangre de Jesucristo, el Hijo de Dios, nos limpia
de todo pecado" (1 Juan 1:7). Mi amigo, la relación con Dios a través de Su
Hijo Jesucristo, es su esperanza más segura y la más certera de todas sus opciones.